Analizar
la producción de arquitectura de El Salvador en los últimos veinte años representa
un reto, no tanto por la dificultad de delimitación temporal, que inicia con la
firma de los Acuerdos de Paz (1992) y se prolonga hasta el día de hoy, sino
porque el objeto de estudio es demasiado cercano al observador. Este período que
Samayoa (2002) llama de «reforma pactada» ha evidenciado la aparición de nuevos
actores y generaciones de profesionales involucrados en la producción de arquitectura,
así como la desaparición de otros, en un marco de mayor apertura del país hacia
el mercado y la cultura globales.
Internacionalismo
La
presencia de profesionales y firmas de arquitectura internacionales con una importante
producción local ha marcado la arquitectura de El Salvador en los últimos
veinte años. Como se ha visto a lo largo de esta reseña, esta es una característica
permanente de la realidad arquitectónica salvadoreña desde la época colonial
que, probablemente, se ha exacerbado desde 1992. Entre otros, merece particular
atención el caso de R. Legorreta con obras muy significativas como el centro
comercial Multiplaza (2005), los apartamentos El Pedregal (2010), la Escuela
Superior de Economía y Negocios (ESEN) (2009), el edificio administrativo de
TACA (2008) y algunas residencias privadas, construidos todos de la mano de
grandes grupos empresariales. En estas obras aparece con nitidez una variante
importante de la arquitectura moderna mexicana por medio del manejo de un
lenguaje de geometría sencilla y masas dominantes relativamente introvertidas.
Obras destacadas
En
relación con los profesionales locales, en una línea que devela el gusto
explícito por la espacialidad de Barragán y que intenta hacer una síntesis de
la volumetría precolombina y los patios coloniales, destacan dos obras en
particular: el Museo de Antropología (MUNA) a cargo de Dada y Altschul (1999) y
el Museo de Arte (MARTE) de S. Choussy h. (2003). Ambos edificios se configuran
a partir de la articulación de lleno y vacío, el primero alrededor de tres
patios que organizan las grandes funciones del edificio; el segundo, a partir
del respeto por el Monumento a la Revolución y su plaza y las múltiples
referencias al mismo evidenciadas en el graderío de acceso, la columnata de
entrada y la proyección del vestíbulo intermedio. Así mismo sobresale el manejo
de grandes volúmenes sencillos, depurados e introvertidos, y ensayos en la
introducción de la luz. En el caso de S. Choussy h. este ejercicio es la
culminación de otros esfuerzos que comprenden el pretérito museo Árbol de Dios
(1992) y el museo del Sitio de San Andrés (1998).
Desde otra línea, más
relacionada con los anteriores esfuerzos orgánicos y vernáculos destacan dos
obras de índole educativa a cargo de L. Avilés y asociados. Primero, el kínder
nacional de Popotlán en Apopa (1994), el cual responde a un contexto de
precariedad urbana con un partido sencillo que organiza las aulas a partir de
cuatro brazos discontinuos entrelazados por un espacio multiuso de carácter
vestibular, techado por una bóveda metálica. Un esquema similar pero de mayor
envergadura se propone en el edificio ICAS, de maestrías, de la UCA (2000).
Aquí hay que destacar la creación de amplios espacios vestibulares de múltiple
altura que adquieren el carácter de salones multiuso y el manejo de una paleta
restringida de materiales: ladrillo de barro en diferentes disposiciones y
estructuras metálicas vistas. Esto al final se ha constituido en un nuevo
modelo tipológico de organización de espacios escolares. Estas obras se
vinculan con otras realizaciones del mismo equipo tales como el Centro de
Capacitación de FUSAI, ahora Ciudad Mujer (1996) y el Hospital General del
Seguro Social (1998). Desde una aproximación más abierta, hay que destacar la
iglesia de Cristo Nazareth, en Huizúcar, por E. Avilés (2004), en la cual se
hacen nuevos ensayos en el manejo de materiales, en el uso de una escala más
íntima del espacio y en el despliegue del edificio hacia el exterior.
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