viernes, 18 de noviembre de 2016

Arquitectura Colonial en El Salvador

La época colonial en El Salvador se extendió desde la llegada de Pedro de Alvarado desde Guatemala en 1524 hasta la independencia formal firmada en 1821, es decir prácticamente tres siglos, durante los cuales se produjeron algunas obras de arquitectura notables que subsisten hasta nuestros días y de las cuales es posible hacer una lectura continúa. Se trata de una arquitectura realizada en una provincia relativamente marginal dentro del imperio español en el Nuevo Mundo, poco vinculada a sus centros de dominio político o a las zonas de mayor producción de riqueza mineral. Sin embargo, como bien dice Browning (1987) «pronto se descubrió que la mayor riqueza de aquella provincia era su tierra y su gente».

El criterio tipológico orienta a estudiar tres tipos arquitectónicos y urbanos de trascendencia para la historia de la arquitectura en el país: el conjunto urbano, dominado por la plaza y los portales; el templo religioso y la vivienda.

Conjunto urbano


Los españoles fundaron a lo largo del primer siglo de su dominio en el territorio cuatro ciudades: la Santísima Trinidad de Sonsonate, San Salvador, San Miguel de la Frontera y San Vicente de Austria y Lorenzana, todas contrapuestas o complementadas por los pueblos de indios de las cuales eran vecinas. La fundación de dichas ciudades se enmarcó en lo dispuesto en las respectivas Leyes de Indias introduciendo el distintivo patrón de ciudad en damero a partir de una plaza mayor o de armas, alrededor de la cual se asentaban las principales autoridades y el comercio. Para ello, siguiendo un modelo desarrollado en la Europa Mediterránea se edificaron modestos portales o corredores techados que integraban los edificios a las plazas por medio de un espacio de transición techado pero abierto.Esto constituye un tipo arquitectónico-urbanístico de gran impacto en la historia urbana y arquitectónica de El Salvador ya que introdujo un nuevo elemento en el tratamiento de la relación entre llenos y vacíos urbanos, dominado por el ritmo de las columnas, creando así un nuevo espacio de convivencia social y de imagen urbana, lo que R. Segre (1999) llama un «salón urbano».

El ejemplo de la plaza Libertad, antigua plaza mayor de San Salvador y los portales de Occidente, Dalia y Sagrera es emblemático, aunque los edificios que los integran sean posteriores a la época colonial. Otros casos significativos y que guardan mejor la imagen tradicional, hayan sido construidos o no durante esos 300 años, son los de los parques o antiguas plazas de Suchitoto, Sensuntepeque, Nahuizalco, Chalatenango, Concepción Quezaltepeque, Tonacatepeque, Santa Tecla o Jiquilisco y en una situación más de calle, el portal Prunera de San Miguel.

Templos


Uno de los fundamentos del nuevo poder colonial estaba en la religión que, por medio de sus templos, dominaría aquellos nuevos conjuntos urbanos convirtiéndose en uno de los tipos más significativos de la producción arquitectónica. Existen múltiples templos coloniales o de matriz colonial en El Salvador de los cuales,para los propósitos de este trabajo, interesa concentrarse en tres: San Pedro Apóstol en Metapán, el Pilar en San Vicente y San Miguel Arcángel en Huizúcar, sin querer ignorar la calidad de otros como la Santa Cruz de Roma en Panchimalco, Santiago Apóstol de Chalchuapa, Asunción de Ahuachapán, el Pilar de Sonsonate o Dolores de Izalco, así como las iglesias de Conchagua, Citalá o Nahuizalco.
San Pedro Apóstol, Metapan 

San Pedro Apóstol en Metapán (1743) es probablemente el templo colonial de escala más monumental del país. Su posición elevada respecto de la plaza principal y el espacioso atrio propio, separado de la plaza, le otorgan una posición escenográfica destacada, tal vez barroca. Asimismo, la fachada principal, dominada por una torre central, le da un acento vertical. También son destacables la evidencia de las potentes masas de sus paredes perforadas por pequeños octógonos y los múltiples nichos para la imaginería.

Por su parte, el Pilar de San Vicente (1769) tiene un escenario bastante más doméstico, dentro de uno de los barrios de la ciudad, aunque enfrentando una plazuela. Destacan en ella varias cualidades de gran originalidad respecto al tradicional lenguaje de los templos coloniales en el país: primero, la austeridad de su fachada principal, de una abstracción casi moderna, formada por una portada rectangular, de dos cuerpos y un coronamiento con forma de medio hexágono. Segundo, destacan en esa fachada las columnas salomónicas en bajorrelieve que introducen un novedoso juego de luces y sombras. Finalmente, es notable la tensión entre ese lenguaje «minimalista» y la fachada norte y el interior del templo, donde se evidencian las tres naves con sus bóvedas y linternas, así como la cúpula principal.
El pilar de San Vicente

Por último, interesa señalar el caso de San Miguel Arcángel en Huizúcar (1740) como un excelente ejemplo de arquitectura religiosa en un contexto rural en el que deben valorarse varias características. Primero, la escala doméstica apropiada para un pueblo de unas 200 familias en las montañas de la cordillera del Bálsamo, en el cual no preside una plaza si no una explanada en la cima de una loma que domina el asentamiento. Luego, su austeridad que la lleva a una depuración tal que permite leer con claridad la estructura esencial de la arquitectura religiosa colonial del país: planta basilical a tres naves que rematan en una cúpula octogonal interna sobre el altar, cubierta a dos aguas y contrafuertes macizos para ayudar a sostener las anchas paredes de adobe. Finalmente, y talvez lo más original en el contexto salvadoreño, es su posición adosada a un convento en «U», organizado alrededor de un patio cuadrado dentro del cual vuelven a sobresalir los portales interno y externo, resueltos con un escala mayor hacia la explanada de la iglesia y con otra menor en el interior y fachadas secundarias.
 San Miguel Arcángel en Huizúcar

Viviendas


El desarrollo de una nueva especialidad interna en la escala doméstica habitacional es el tercer gran aporte de la arquitectura colonial en El Salvador y probablemente en toda América Latina. Al modelo originario de las chozas de tierra pisada de Joya de Cerén, los españoles agregarían una tipología de vivienda nueva, que todavía subsiste, se repite, renueva y multiplica en la arquitectura salvadoreña: la casa de patio, en dos versiones: la casa rural aislada, heredera del cortijo español; y la casa urbana, adosada, que configura las cuadras de aquel trazado regular. Todas eran variaciones probadas en la península de la casa mediterránea cuya matriz griega y romana ya había descrito Vitruvio en el siglo I a. de C. y que los árabes enriquecerían incorporándoles agua y naturaleza. En términos arquitectónicos se trata de la composición mesurada de llenos y vacíos y espacios intermedios, corredores y portales, que permitía hacia el interior organizar y jerarquizar las habitaciones, adaptándolas a las formas a veces irregulares de las parcelas. Hacia el exterior el esquema facilita la creación de fachadas continuas, horizontales, dominadas por las franjas de zócalo, pared y cubierta, perforadas por una serie de vanos verticales, relativamente pequeños que garantizaban una relación controlada, «filtrada» entre interior y exterior.
Quedan muy pocos ejemplos de la vivienda rural colonial original. Incluso la pieza más destacada tanto por su valor histórico como por sus cualidades arquitectónicas, el casco de la hacienda La Bermuda, cerca de Suchitoto, fue destruida al inicio de la Guerra Civil cuando recién se había finalizado su restauración.


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