La niñez de Rubén Darío transcurrió en la ciudad de León, criado
por sus tíos abuelos Félix y Bernarda, a quienes consideró en su infancia sus
verdaderos padres (de hecho, durante sus primeros años firmaba sus trabajos
escolares como Félix Rubén Ramírez). Apenas tuvo contacto con su madre, que
residía en Honduras, y con su padre, a quien llamaba "tío Manuel".
Sobre sus primeros años hay pocas noticias, aunque se sabe que a
la muerte del coronel Félix Ramírez, en 1871,
la familia pasó apuros económicos, e incluso se pensó en colocar al joven Rubén
como aprendiz de sastre. Según su biógrafo Edelberto Torres, asistió a varias
escuelas de la ciudad de León antes de pasar, en los años 1879 y 1880, a educarse con los jesuitas.
En El Salvador, el
joven Darío fue presentado por el poeta Joaquín
Méndez al presidente de la
república, Rafael Zaldívar, quien
lo acogió bajo su protección. Allí conoció al poeta salvadoreño Francisco Gavidia, gran conocedor de
la poesía francesa. Bajo sus auspicios, Darío intentó por primera vez adaptar
el verso alejandrino francés a la métrica castellana.8 El uso del verso alejandrino se
convertiría después en un rasgo distintivo no sólo de la obra de Darío, sino de
toda la poesía modernista. Aunque en El
Salvador gozó de bastante celebridad
y llevó una intensa vida social, participando en festejos como la conmemoración
del centenario de Bolívar, que
abrió con la recitación de un poema suyo, más tarde las cosas comenzaron a
empeorar: pasó penalidades económicas y enfermó de viruela, por lo cual en octubre de 1883, todavía convaleciente, regresó a
su país natal.
Tras su regreso, residió brevemente en León y después en
Granada, pero finalmente se trasladó de nuevo a Managua, donde encontró trabajo
en la Biblioteca Nacional, y
reanudó sus amoríos con Rosario Murillo. En mayo de 1884 fue
condenado por vagancia a la pena de ocho días de obra pública, aunque logró
eludir el cumplimiento de la condena. Por entonces continuaba experimentando
con nuevas formas poéticas, e incluso llegó a tener un libro listo para su
impresión, que iba a titularse Epístolas
y poemas. Este segundo libro tampoco llegó a publicarse: habría de esperar
hasta 1888, en que apareció por
fin con el título de Primeras
notas. Probó suerte también con el teatro,
y llegó a estrenar una obra, titulada Cada
oveja..., que tuvo cierto éxito, pero que hoy se ha perdido. No obstante,
encontraba insatisfactoria la vida en Managua y, aconsejado por el salvadoreño Juan José Cañas, optó por embarcarse para Chile, hacia
donde partió el 5 de junio de 1886.
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