Narrador
y político salvadoreño, nacido en Cojutepeque (en el departamento de Cuscatlán)
el 31 de octubre de 1895, y fallecido en San Salvador el 27 de mayo de 1942.
Por la agudeza, sencillez y eficacia de sus célebres narraciones en verso,
escritas con la intención de censurar los peores comportamientos del ser
humano, está considerado como el primer fabulista de la literatura salvadoreña.
Nacido en el seno de una
familia acomodada -muy influyente en el devenir político, social y cultural de
su nación-, León Sigüenza tuvo acceso desde muy temprana edad a una esmerada
formación académica, desarrollada primero en los colegios de su ciudad natal, y
posteriormente en las mejores instituciones de enseñanza de la capital de El
Salvador. Tras haber completado sus estudios, dio inicio a una brillante
trayectoria política que muy pronto le condujo a asir los cetros de regidor y
alcalde temporal de su Cojutepeque natal, de donde pasó a desempeñar el cargo
de secretario del consulado salvadoreño en Nueva York (1919-1923).
Durante dicho período de
residencia en los Estados Unidos de América comenzó a cultivar su afición a la
literatura, para lo que se sirvió del cauce que le brindaban los principales
medios de comunicación de su país natal. En efecto, asumió las corresponsalías
norteamericanas de algunos rotativos tan relevantes como La Prensa y el Diario
de El Salvador, ocupación que difundió su nombre en los círculos culturales
salvadoreños. Posteriormente, León Sigüenza fue destinado a la Secretaría del
consulado salvadoreño en Tokio (Japón), donde cubrió el período de 1927 a 1931
y, en una segunda etapa, el de 1934 a 1941.
De regreso a Centroamérica
entre ambas misiones en Japón, fue designado representante de su departamento
de Cuscatlán, en calidad de diputado en la Asamblea Nacional (1933),
institución en la que resultó elegido presidente de la Comisión Legislativa de
Relaciones Exteriores, Gracia y Justicia. Cuando volvió a ocupar el cargo de
secretario en el consulado en Tokio, León Sigüenza intervino activamente en uno
de los episodios más destacados de la historia de la diplomacia salvadoreña del
siglo XX: el reconocimiento, por parte del gobierno del general Maximiliano
Hernández Martínez, de la existencia del recién proclamado imperio de
Manchoukuo, creado por el ejército japonés en la región china de Manchuria. El
general Maximiliano Hernández comprometió, con este apoyo a la invasión nipona
y el inmediatamente posterior reconocimiento de sus pretensiones imperialistas
en China, la estabilidad política internacional de El Salvador, circunstancia
que se agravó aún más cuando, el 9 de diciembre de 1941, estalló la guerra en
la zona del conflicto.
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